jueves, 8 de abril de 2010

Camino al infierno

Esperaba con ganas este nuevo trabajo de Seguí. Ya había visto parte de sus páginas y me preguntaba cómo funcionaría su nuevo estilo de dibujo en el conjunto de un álbum. La evolución de este dibujante mallorquín ha sido tan discreta como sobresaliente. Su labor siempre ha presentado una virtud, que era también su mayor defecto. Transmite una sensación de velocidad, de facilidad, que tiende a ablandarlo, a quitarle fuerza. La cuestión es que en los últimos años se ha visto expuesto, como tantos otros, a la influencia de la nueva ola francesa, esa corriente sucia liderada por Blain, Blutch y Sfar, que ha recuperado para el cómic trazos y técnicas que permanecían como propios de la ilustración y otras disciplinas menos narrativas.

Unan a eso los nuevos programas informáticos, que permiten una razonable imitación de algunos procedimientos tradicionales y obtendrán el actual y sorprendente sistema de trabajo de Seguí. En él resulta difícil determinar dónde acaba el lápiz real y empieza el color digital. La mezcla es muy efectiva y especialmente expresiva. La ha permitido mantener esa genuina ternura de su dibujo, endureciéndolo y adecuándolo al duro relato que le toca contar. Hereda de los franceses otro aspecto: la saturación de las páginas, que se llenan de diminutas y detalladas viñetas. En ocasiones puede resultar agobiante y obliga al lector a fijar toda su atención en la lectura, de manera tal que las pocas planchas que escapan a la retícula de las cuatro filas constituyen un agradable respiro. Pero es la única dificultad que plantea un grafismo efectivo y poderoso, con pertinentes referencias a la AshCan School en su enfoque directo y rudo. La documentación, histórica y espacial, es rigurosa y creíble, sin restar importancia a las caracterizaciones de los personajes. Aunque la textura adquiere un inusitado protagonismo, no consigue eclipsar un color emotivo, armónico y cargado de sensibilidad. 

Seguí no se ocupa sólo de que su dibujo resulte bonito. Muy al contrario, exhibe una narrativa clara y directa y todas sus herramientas y destrezas se ponen al servicio de la historia que cuenta, con gran efectividad. Y eso que se enfrenta a dificultades muy variadas, desde las abundantes conversaciones a secuencias tan bien resueltas como la del intento de secuestro de Curtis.

En cuanto al trabajo de Hernández Cava, no es tan uniforme como el del dibujante, pero sí entretenido y muy respetable. Conviene aclarar que aunque parte de la acción se desarrolla en nuestra guerra civil, no es otro tebeo sobre ella, tan sólo se emplea como marco para determinados sucesos. Asistimos a una doble persecución. Un tipo misterioso llega a Nueva York siguiendo a Ben, el protagonista de la historia. En sucesivos flash-backs se nos cuentan las andanzas de éste último y sus tropiezos con Curtis, un comunista con el que acabará coincidiendo en España. Un personaje inusual en la carrera de Hernández Cava, arquetipo del comisario político, el guerrillero universal, capaz de las mayores atrocidades para alcanzar sus objetivos. En realidad todo el trabajo supone una especie de resumen o ajuste de cuentas con el papel de la ideología en nuestra historia reciente. El viejo aparece como representación de los utopistas inofensivos y bienintencionados; Curtis de los que se apuntan al carro para dar rienda suelta a su depravación; el héroe parece señalar el camino de la sabiduría, descreído e intentando mantenerse al margen de los grandes discursos que acaban siempre transformados en mares de sangre.

El álbum rezuma intensidad, las caracterizaciones de los personajes son convincentes y el periodo histórico elegido es sin duda apasionante. Pero también presenta un conjunto de decisiones discutibles, que empañan un poco el resultado final. Primero, hablaría de un cierto exceso de texto, con subrayados innecesarios, como cuando torturan a Red. Después, resulta un tanto insatisfactorio que se den pistas sobre el pasado del protagonista, sin llegar a aclararlas. Sabemos que hizo algo terrible pero no se nos cuenta qué, y eso afecta al duelo moral del desenlace. No puedo seguir sin desvelar ciertas sorpresas del guión.

Una novela gráfica de grafismo poderoso y narración absorbente, con detalles que quizás no complazcan a todos, pero sin duda recomendable y más que respetable.


Florentino Flórez


Las serpientes ciegas
Felipe Hernández Cava- Bartolomé Seguí
A.C. BDBanda. Pontevedra, 2008

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